La fiesta del Orgullo se han convertido para muchos en tan solo eso, una fiesta. Un día que, en Madrid (capital mundial del evento este año), todos asociamos con el barrio de Chueca hasta arriba, fiestas, carrozas y diversión generalizada. Sin embargo, todavía muchos heteros -en su línea habitual de ver una agresión a sus elecciones vitales en toda aquella decisión distinta a la suya- lo ven como una reivindicación innecesaria, una expresión de ‘orgullo’, entendido como exaltación de las características propias.
«Pues yo también estoy muy orgulloso de ser hetero y no necesito un día para celebrarlo», dirá algún iluminado.
Exacto.
Tú no necesitas un día para celebrar nada porque no hay nada que celebrar. El Orgullo no es una celebración de lo bien que están las cosas y cómo nos gusta ser como somos. Es una reivindicación recordando que las personas LGTB+ existen, y que por suerte hoy en día sí que pueden salir a las calles libremente, casi siempre.
En otras palabras, el ‘día del Orgullo hetero’ hará falta el día que los adolescentes heterosexuales, al sentir la primera atracción por personas del género opuesto, tengan miedo y se pregunten si lo que están sintiendo está bien o si quizá deberían reprimirlo para ser ‘normales’.
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